El Doctor

(Lo escribí el febrero del 2014).

El sábado al medio día fui sola a cine a ver Philomena al lugar de siempre. A Jaime, el de la taquilla, le dio risa verme llegar casi en pijama como si fuera a entrar a la sala de mi casa. Ya me conocen. Compré la boleta para la penúltima silla junto al pasillo, como suelo hacerlo, para no tener que caminar con torpeza por encima de los demás con mi bandeja en la que se tambalean un tarro de crispetas, un perro caliente con mucha mostaza y una Coca – Cola light. Cuando me senté en mi lugar, escuché a varios de los acomodadores decir:

-“Es en esta sala doctor”. “Siga por acá, a su derecha doctor”. “Cuidado con el escalón, doctor, venga lo ayudo, doctor”. “Hacía días no venía, doctor”.

Todos parecían conocerlo y por la forma en que se referían a él supuse que se trataba de alguien importante; además de ser cliente fiel (como yo). Lo miré con curiosidad esperando a algún personaje público pero no reconocí su cara. Era un señor que ya pasaba los 80 años pero mantenía un aspecto elegante que daba cuenta de una posición social “distinguida”, como la de la mayoría de las personas que frecuentan ese cine del barrio Chicó y que mientras hacen fila para entrar a la función rememoran entre amigos sus años universitarios en la Paris de los setenta.

El doctor venía acompañado de un hombre de 40 años que lo guiaba en la oscuridad de la sala y trataba con disimulo de acelerar su paso lento y cansado por la edad. Al principio pensé que era alguno de los acomodadores del cine pero luego vi cómo el tipo – que era una especie de enfermero – ya con un poco de impaciencia, le señaló al doctor su asiento, que estaba junto al mío.

Con una entonación muy bogotana y llena de amabilidad, el doctor me pidió permiso para pasar pero no dejó que me parara. Con sorprendente habilidad él, su bastón y el hombre que lo acompañaba, pasaron por encima de mí, la bandeja, las crispetas, el perro caliente y la Coca – Cola Light.

Tan pronto se sentó, el doctor se quedó dormido y el hombre que lo acompañaba estiró la jeta, como diciendo “por qué carajos tengo que estar haciendo esto” y me miró buscando aprobación para su gesto. Por supuesto no atinó.

El doctor se despertó tres veces en los 98 minutos que duró la película: una porque alcanzó a oír un chiste que le causó gracia (a mí también me dio risa) y dos más para toser con mucha dificultad.

El doctor no tiene con quién ir a cine. Me pregunto si alguna vez se casó. ¿Dónde están sus amigos? ¿Dónde están sus hijos? Le iría mejor yendo sólo que con alguien que no lo quiere, pero no puede moverse por su cuenta y tiene que pagar por compañía. De cualquier manera, creo que podría escoger mejor. Como yo.

Al final de la película lloré por el doctor y por mi, y no por Philomena.

1 thought on “El Doctor”

  1. Soy muy fan de lo que escribes y me alegra que en éste caso te haya dado por publicarlo hoy, en 2014 no lo hubiese leido.

    Atte.
    Alguien que suele ir solo al cine y también podría escoger mejor (:

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